Fue uno de los títulos fundacionales de la PlayStation 3, y desde sus primeros gateos ya empezó a dar muestras de que sus papillas preferidas eran las que tenían la adrenalina y la gasolina por las nubes. A cada entrega de la franquicia, la filosofía de rizado de rizo y de más difícil todavía se fue consolidando poco a poco hasta que ha llegado su último capítulo, «MotorStorm Apocalypse», donde los autos locos del festival MotorStorm dan el auténtico do de pecho en unos entornos devastados donde cada carrera es una auténtica lucha por sobrevivir.
Así, a medio camino entre «Mad Max», «Death race» y el principio de «2012» (con John Cusack conduciendo entre terremotos, grietas y catástrofes al dente) el juego nos ofrece un ramillete de 40 carreras en otras tantas pistas urbanas (las mejores tal vez) o al aire libre, donde el paisaje se desmorona y explota constantemente a nuestro alrededor, por lo que tenemos que descubrir rutas ocultas y pasadizos secretos mientras cruzados a toda mecha estaciones de metro derrumbadas, puentes al borde del colapso, rascacielos abandonados que se vienen abajo, azoteas y túneles inestables y demás estampas que dejan a la altura de Marina D’Or cualquier telediario al uso (sobre todo el de Piqueras y sucedáneos).
Toda esta sinfonía apocalíptica no tendría sentido si no fuera por los trece vehículos de traca de nuestro garaje, desde choppers a superbikes, pasando por 4X4 o monster trucks, cada uno de ello personalizado para que lo salvaje del terreno no sea obstáculo para conseguir el primer puesto (un empujoncito al rival siempre ayuda bastante). Lo dicho, una descarga de muchos voltios en un juego que, nos imaginamos, encantará al alcalde Gallardón.
PD. Por cierto, Sony tuvo un detalle al retrasar el lanzamiento del juego, dramáticamente pegado a los desastres en Japón. Ahora, el juego ya ha llegado y los desastres no se han ido. Aunque hasta que la radiación no toque nuestro culo blanco europeo, todo va bien.