Cuando el jugón despertó, «Dynasty Warriors» aún estaba allí. La constancia, la paciencia, el perfeccionismo y la insistencia son virtudes que cotizan a la baja hoy por hoy en el reino de los bocazas, ladradores, especuladores del momento y vendedores de humo fatuo en general. ¿Desde hace cuánto recuerdas la existencia de la saga «DW»? Casi desde que el mundo jugón es mundo, ¿no? Pues solo lleva entre nosotros desde el 97. Lo que sucede es que Tecmo-Koei sigue haciendo un auténtico trabajo de chinos con una franquicia que no engaña, ni experimenta con sifón, ni se va por los cerros de Úbeda. Así, su último capítulo, «Dynasty Warriors 7», pone sobre el tapete la esencia de esta gran aventura, con la guerra de los cuatro Reinos (Shu, Wu, Wei y el nuevo Reino de Jin) en pleno esplendor y ardor guerrero enzarzados en una historia épica a gran escala. Igual que en un milagro bíblico, esta entrega obra la multiplicación de los panes y los peces, en este caso los personajes (más de 60 jugables) y el armamento (aunque en el Modo Conquista se detalla que las mejores armas son la «verdad, la lealtad y la amistad»), con varios ataques novedosos (dos tipos de Musou por barba) y un sistema de mejoras y habilidades también reforzado. Igualmente, el Modo Crónica nos permite editar nuestras propias hazañas batalladoras con un ramillete de escenarios generoso. Pero, como siempre, el auténtico placer para sus incondicionales está en abandonarse casi en trance en mitad del fregado, repartiendo estopa a diestro y siniestro a personajes a pie o a caballo pero siempre vestidos más exquisitamente que la jequesa esa que parece un cruce entre Grace Jones y Cher. Todo un espectáculo para los sentidos y un inigualable ejercicio digital (no hay mejor gimnasia de dedos que esta) que demuestra que, quien la sigue, la consigue. Y ojo que tiene mérito continuar en la brecha con los mismos cimientos durante siete juegos, siete.
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