¿Merecía más la Royal Society el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que Shigeru Miyamoto? ¿Lo merece más éste que Matt Groening, otro de los nominados? ¿Quién ha hecho más feliz e inteligente a la Humanidad: Mario, Bart Simpson o algún ilustre miembro de la tricentenaria sociedad científica británica como Isaac Newton o Albert Einstein?¿Es mejor la ley de la gravedad que los niveles antigravitatorios de «Super Mario Galaxy 2»? Por supuesto que, por galones e historia, los logros de la Royal Society pesan a plomo, pero no vendría mal algún reconocimiento «global y oficial» a una industria que ha crecido más en los últimos 30 años que ninguna otra ciencia/arte en la historia de la Humanidad? Hasta Darwin, otro relevante socio de la Royal Society, se daría cuenta de tal evolución nada teórica sino muy práctica. Por cierto, el premio se concede a la Humanidad y Comunicación, dos de las virtudes que el genio Miyamoto ha portado por bandera durante toda su vida. Y lo que te rondaré, porque, afortunadamente, Miyamoto y Nintendo siguen vivitos y coleando, para disfrute del común de los mortales, que seguimos disfrutando de sus creaciones.
La última, aún reciente y remojada: «Steel diver» para 3DS. Si alguna vez has soñado con llevar el gorro colorado de Jacques Costeau (o de Steve Zizou en la peli de Wes Anderson), he aquí una espléndida ocasión para desquitarte. Aunque, ojo, nada de paseos submarinos de placer, porque estamos ante una pieza de ingeniería bélica subacuática (siete años de desarrollo le ha llevado a Miyamoto) donde tendremos que afinar al máximo nuestra puntería torpedeadora y nuestra pericia con el timón para no acabar como el Titanic. Tres niveles de juego (estrategia, navegación y batalla), sensores finamente calibrados atendiendo a diversas circunstancias climáticas y de combate y, sobre todo, unos gráficos en esplendoroso y giroscópico 3D definen este «Hundir la flota» del siglo XXI con múltiples matices y posibilidades. Hasta la caja es chula. Abajo el periscopio se ha dicho y ni caso con el premiecillo asturiano. Le viene muy pequeño a un gigante como Miyamoto. Y el Nobel casi también, pensándolo bien. Sobre todo si es el de la Paz, que lo dan en una rifa, ¿verdad Obama?
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