«El Señor de los Anillos: La Guerra del Norte», sangre negra

Es curioso comprobar cómo una señora franquicia como «El Señor de los Anillos» ha pinchado tanto en hueso en sus saltos consoleros. Si exceptuamos las dos últimas partes de su trilogía peliculera, la verdad es que el grueso de títulos que han explorado y explotado el genial invento de Tolkien (sobre todo, por la cuerda que tiene, y que seguirá teniendo) han navegado por aguas turbulentas y a veces estancadas. No hay más que recordar el muy regulera «Las aventuras de Aragorn», que aún no se nos ha sacudido de los huesos. Por suerte, parece que la saga se resetea con «La Guerra del Norte», el último fichaje procedente de la Tierra Media, un auténtico pichichi cañonero, leñero y hasta segador que proporciona nuevas sensaciones al asunto. Básicamente, por dos o tres líneas maestras: su componente rolero a pachas con la acción pura y dura, sus espléndidas localizaciones (que incluyen una docena de territorios de los que solo tres aparecieron en las pelis de Jackson) y, sobre todo, sus combates sangrientos, viscerales y de lo más brutitos. De hecho, este es el primer «ESDLA» calificado para mayores de 18 años, y se nota. Solo hay que probar los compases iniciales, con una nieve oscura muy «Juego de Tronos» (por cierto, su adaptación se retrasa para el año que viene, mal augurio… hizo bien Bethesda en desentenderse y centrarse en «Skyrim») sobre la que derramaremos la sangre (también negra, por cierto) de nuestros enemigos (los habituales orcos, trolls, dragones y otros bichos del montón). Mucha épica y mucha batalla, pues, en una aventura que también se aparta de los cánones habituales del imaginario colectivo tolkiano (los protas no son los titulares sino que saltan del banquillo: Eradan, Farin, Andriel…). Y ojo al componente zoológico, con el Águila Beleram que será nuestro lazarillo y pájaro de cuenta durante una vasta epopeya donde no falta de nada. En fin, un prometedor título para ir haciendo la ola a «El Hobbit», que seguro nos tiene reservadas más emociones fuertes y montaraces (me chifla la palabreja, que aquí casi la borran, por cierto).

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