Hoy se estrena en la gran pantalla «Attack the block», una vitamínica (por no mentar otras sustancias más alucinógenas y humeantes) mezcla entre «Super 8», «Los chicos del barrio», «Critters» y «Los cazafantasmas» que pasó y pisó con garbo en el último Festival de Sitges, y que podría considerarse un claro paradigma de la huella casi vírica que los videojuegos han dejado en el cine.
No solamente por la cantidad de títulos a los que se refieren específicamente en el filme («Gears of War», «Pokémon», «FIFA», «Naruto»…) sino porque su ADN típicamente jugón, como reconoce el propio director de la cinta, Joe Cornish en este clip. El caso es que, desde «Scott Pilgrim contra el mundo» no veíamos un caso tan flagrante (y, en ocasiones, brillante) de apropiación de lenguaje y vaso comunicante del noveno al séptimo arte, lo cual podría (o no) constatar que el cambio de eje empieza a funcionar. Al moribundo cine no le basta con fotocopiar éxitos del videojuego sin ton ni son (no hay más que recordar las poquísimas adaptaciones que este año han llegado a las salas, por no hablar de las que nos esperan el año que viene, sin contar el via crucis «Resident Evil»; o la de proyectos cancelados, «capados» o retrasados sine die por Hollywood, tipo «Bioshock», «Assassin’s Creed», «Halo», «Uncharted», «Kane and Lynch»…), sino que intenta vampirizar algo de la energía de su otrora «rival» para poder tener una vida extra, o seguir camelando al personal con aires de falsa novedad e innovación. O tal vez no y, sencillamente, el cine haga lo que siempre ha hecho a lo largo de la historia: ser la esponja de todo lo que pille en su camino (teatro, literatura, televisión, videoclip…). De todas formas, es una tendencia sintomática a tener en cuenta. Con tal de que Uwe Boll no vuelva a asomar el cabezón, cualquier ocurrencia nos parece bien.