Si Asimov levantara la cabeza, incluyendo sus patillas afro a lo Artis Gilmore, volvería a caerse redondo al comprobar hasta dónde le han retorcido el cuello algunos videojuegos a sus leyes de la robótica. Sin ir más lejos, este «Binary Domain», pergeñado por los responsables de «Yakuza», con Toshihiro Nagoshi al frente, y que, según confesaban aquí al lado, es un intento laborioso de acceder a los códigos occidentales, aunque sea sacrificando el modo cooperativo, que a priori le vendría como anillo al dedo a este juego, demasiado «mech» para ser comparado con «Blade Runner» (más bien las tuercas se orientan a la saga «Terminator»), aunque guiños no le faltan. De hecho, estamos en el año 2080 en un Tokio lleno de androides que sueñan no con ovejas eléctricas sino con corderitos de carne y hueso de verdad. En este contexto tan inquietante, la Unidad Óxido (precioso nombre) intenta parar los pies a los «hijos del éter» (ídem de ídem), robots fabricados por la todopoderosa Corporación Amada que se creen más humanos que un peón caminero. Así que ya está formado el tomate y, con él, el solomillo de un shooter de acción clásica salpicado por esas acciones «causa-efecto» sobre el terreno que están tan de moda, aunque a veces solo sirvan para que los compañeros de fatigas piensen que eres un borde chuleta si contestas algo así como «me importa un pimiento morrón». Pero la auténtica chicha del juego está en la exploración de los guetos de la ciudad (algunos, mucho más modernos que cualquier Milla de Oro occidental perfectamente equipada) para darles para el pelo los «cabezalata» que asomen por las esquinas, aunque también tendremos enemigos mucho más mayores, como jefes finales de pesadilla (ojo a una tarántula gigante de hierro).
Una selección de armamento que desenfunda con gran rapidez, una jugabilidad tan ligera como Shaquille corriendo al contraataque en sus años en Orlando, unos gráficos brillantes y generosos en detalle, una banda sonora muy apropiada (no esperemos a Eric Satie) y una historia que se va haciendo cada vez más sugerente y compleja, al igual que los protagonistas, le ponen una banderita dorada a un juego que, con un ojo puesto en la épica sombra de «Gears of war», nos regala momentos para enmarcar y un divertimento sólido y potente con algunos golpes humorísticos y testosterónicos que vienen bien en un contexto tan destrozón. Un buen paso adelante y en firme de SEGA, eso sí.
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