Aunque aún no nos hayamos repuesto del shock casi epiléptico del último alcanfor cinematográfico (es un decir, viendo el recurso de las postalitas y otros cuentos de la vieja de cartón piedra) de Garci, el videojuego acude al rescate y nos plantea una historia sobre el sabueso creado por Conan Doyle como mandan los cánones. «El testamento de Sherlock Holmes» supone el sexto título que la compañía francesa Frogwares dedica a nuestro héroe, y lo hace con una renovación justa y necesaria de su entramado narrativo (desde la premisa que lanza el mismísimo título) y su motor gráfico para aportar nuevas dosis de fluidez y chispa a la historia. Una historia que, como no puede ser de otra forma, no mueve a Holmes de su hábitat natural londinense en su eterna búsqueda de Jack el Destripador (¿queda claro, José Luis y Eduardo?), y que se transforma en un viaje concéntrico a los bajos fondos con niebla más densa que puré de patatas. Nuevos giros, puzles, personajes, pistas falsas y recursos visuales, pues, pero mecánica de juego muy similar al resto de la saga, con la clásica lupa en ristre (¿qué malo tiene presentar a Sherlock con lupa?) y un dominio de la escena que a veces tiende guiños y lazos con la mismísima Ágata Christie, sobre todo por su predominio de interiores. Pero ojo que las escenas cinemáticas están hechas con tiralíneas y ese gusto exquisito por el detalle que caracteriza esta franquicia, aunque a veces el efecto robocop sea inevitable.
De todas formas, se nota el buen trabajo y las horas invertidas en un juego que lleva cocinándose desde 2010 (lástima que esté sin doblar, aunque también tiene encanto disfrutarlo en versión original subtitulada), y que también acierta en presentar dosis de crudeza y sangre en su nada gratuita medida, aderezados con el sentido del humor típicamente british que destilan en su alambique dorado nuestros protagonistas. Lo dicho, una óptima opción y alternativa ante tanto juego hipermusculado que se presenta en las próximas semanas. Porque, a veces, el músculo del cerebro también hay que rodarlo. Elemental, queridos jugones.